A 20 AÑOS DE LA TRAGEDIA DE CHERNOBYL
El 26 de abril de 1986, hace 20 años, una reacción nuclear en cadena hizo saltar por los aires uno de los reactores de Chernóbil, recóndito e ignoto paraje de la Ucrania soviética, y produjo una fuga de radiactividad varias decenas de veces superior a la de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Aquella noche se inició en Europa una inmensa tragedia que habría de costar decenas de miles de vidas, millones de dramas personales y una pesadilla general para amplias regiones del Este.
Inicialmente, el Kremlin negó la propia existencia misma del accidente. El centro de la mayor y más larga dictadura de la historia no podía abdicar de su carácter de infalible. Fueron países libres, primero los escandinavos, los que anunciaron y denunciaron al mundo aquella catástrofe, y con ella la quiebra definitiva de la técnica soviética. La perestroika de Mijaíl Gorbachov era aún poco más que una anécdota balbuciente para el inmenso aparato de la burocracia comunista.Aquel accidente supuso la confirmación del ocaso de un sistema político, de un Estado y un concepto de poder, el soviético, que había surgido con grandes esperanzas durante la I Guerra Mundial, había conquistado militarmente gran parte de Europa durante la II Guerra y que pretendía arrogarse la supremacía de la técnica y el futuro. Tres años después de la catástrofe de Chernóbil, toda Europa oriental se rebelaba contra la hegemonía soviética, y un bienio más tarde colapsaba la propia URSS, cuyos dos fracasos puntuales, la guerra de Afganistán y la catástrofe de Chernóbil, aceleraron el derrumbe de un sistema fracasado.
La URSS, que había gastado lo que no tenía para defenderse de una agresión nuclear militar de su enemigo, se hundió finalmente, en gran medida por la catástrofe nuclear civil que su insolvencia había provocado. De todo eso, apenas queda la ruina todavía sumamente peligrosa de aquella central y un debate, que se reaviva de nuevo, sobre la energía nuclear. Y del sistema soviético que empezó a hundirse entonces, las nuevas generaciones, tan sólo 20 años después, apenas saben hoy nada.
Inicialmente, el Kremlin negó la propia existencia misma del accidente. El centro de la mayor y más larga dictadura de la historia no podía abdicar de su carácter de infalible. Fueron países libres, primero los escandinavos, los que anunciaron y denunciaron al mundo aquella catástrofe, y con ella la quiebra definitiva de la técnica soviética. La perestroika de Mijaíl Gorbachov era aún poco más que una anécdota balbuciente para el inmenso aparato de la burocracia comunista.Aquel accidente supuso la confirmación del ocaso de un sistema político, de un Estado y un concepto de poder, el soviético, que había surgido con grandes esperanzas durante la I Guerra Mundial, había conquistado militarmente gran parte de Europa durante la II Guerra y que pretendía arrogarse la supremacía de la técnica y el futuro. Tres años después de la catástrofe de Chernóbil, toda Europa oriental se rebelaba contra la hegemonía soviética, y un bienio más tarde colapsaba la propia URSS, cuyos dos fracasos puntuales, la guerra de Afganistán y la catástrofe de Chernóbil, aceleraron el derrumbe de un sistema fracasado.
La URSS, que había gastado lo que no tenía para defenderse de una agresión nuclear militar de su enemigo, se hundió finalmente, en gran medida por la catástrofe nuclear civil que su insolvencia había provocado. De todo eso, apenas queda la ruina todavía sumamente peligrosa de aquella central y un debate, que se reaviva de nuevo, sobre la energía nuclear. Y del sistema soviético que empezó a hundirse entonces, las nuevas generaciones, tan sólo 20 años después, apenas saben hoy nada.